Por: Luis Enrique Lambis Benítez* (@hechoenmacondo)
Soy mudo, pero si imagino y soplo, Maruja
despierta a mi susurro; con un vacío en la barriga me apoyo en la cerca y empiezo
a tocar. Del otro lado, María escucha; necesito un aguacero.
Todos los días, a eso de las cinco de la
tarde, me pongo bonito para ir a verla sin que me vea. María llegó a Ovejas
hace tres semanas, y desde entonces no tengo bajo el pellejo una cosa distinta
a sus sonidos. Se teje una trenza larga y se sienta a tocar la gaita bajo el
totumo. Le saca notas tristes pero bonitas a la gaita macho. A veces parece que
la tarde se apaga al compás que ella le marca cuando acaricia el largo tallo de
cardón. Desde pelaíto toco la gaita macho, y les juro que nunca me ha sonado así.
Me sudan las manos, pero ya no hay miedo.
Maruja palpita en la yema de mis dedos, y casi puedo sentir cómo invoca el
aguacero. Recién por el huequito pude ver a María ponerse de pie y sonreír al
escuchar mi música. Cierro los ojos e imagino, luego soplo; María baila porro
en mitad del monte. Es noche cerrada y sin luna, pero ella me guía el rumbo
entre los matorrales, con la luz de las velas y de las luciérnagas, que parecen
responder a sus caderas. Me asomo de nuevo y veo a María caminar hacia la cerca,
con su gaita en las manos.
Vivimos patio con patio, y cuando me asomo
por el huequito, lo único que hay entre María y yo es la cerca de tablas, que
me deja verla y me esconde al mismo tiempo. Porque una vaina es estar enamorado
y otra muy distinta es querer decirlo… y no poder. Nunca me jodió el silencio,
pero con ella las palabras bonitas, que se me atoran en el pescuezo, duelen.
Como si un animal vivo luchara por salirme de adentro.
María toca su gaita y Maruja se derrama entre
los dos patios. Nos moja mientras, a contrapunto, las notas de María nos
calientan desde adentro. Las gaitas hablan y se retan. La cerca sigue ahí, pero
a estas alturas de la lluvia sé que a María le llegan mis te quiero.
Antes de ayer, cuando me agaché en la cerca,
sentí un pellizcón en la espalda que me subió por el espinazo como un
corrientazo frío. La tarde quedó quieta y empezó a oler a lluvia. Toda esa
parafernalia para asustarme no podía ser otra cosa que la abuela en su ley. Y
es que era bien mala la vieja, lo sabré yo que desde bien chiquito terminé
siendo más su cura que su nieto. Después del pellizcón, casi pude verla sentada
en el taburete, con Maruja entre las piernas, contándome sus maldades a gritos
roncos, una por una. Se ponía colorá, y se le abrían los ojos de la picardía,
cuando me contaba, por ejemplo, cómo se escapaba por las noches a bailar porro,
con el mismo obrero que después se la llevaba a dizque mirar luciérnagas al
monte. “Cosas de pelá”, decía mi vieja en una carcajada. Yo me quedaba embobao,
porque entre una maldad confesada y otra, la abuela me dejaba oírle tocar a Maruja,
que se fundía tanto con sus historias que al final su melodía y el cuento
terminaban siendo la misma cosa. Cuando me acordé de la gaita, entré corriendo
al cuarto de la difunta donde, igualita a aquellos primeros años, dormía Maruja
sobre el catre de la abuela. Intenté tocar a Maruja, pero fue arisca a mis
susurros. Mi aire la atravesaba, y salía una melodía limpia y sin vida. La
gaita macho es de pocas palabras, un alma vieja. En cambio Maruja ―que es
hembra― siempre fue lluvia en labios de la abuela. Como ella misma decía: el
alma vieja renace cuando cae el aguacero; así la gaita seduce a la gaita. Quise
que Maruja despertara para mojar a María, quise que me ayudara a convertir en
sonidos lo que en palabras nunca pudo salir de mi garganta. Al final, Maruja me
regaló un aguacero.
Ya escampa junto a la cerca. La noche se va
asomando en los dos patios, y el silencio de los grillos me deja oír a María
respirar del otro lado. Sabe que la amo. Sé que me siente. Sólo me falta
brincar la cerca y esperar las primeras luciérnagas.
*Este cuento hace parte de los 35 ganadores del Sexto Concurso Nacional de Cuento RCN - Ministerio de Educación. Publicado en Colombia Cuenta, editorial SM. Pág. 190.
Muy emocionante e interesante. Me gustó muchísimo ver que el autor le pone frases un tanto misteriosas combinando lo común con lo imposible, por ejemplo cuando dice "La tarde quedó quieta y empezó a oler a lluvia" es algo que lo mete a uno en el cuento, como si uno a la vez tuviera que descifrar el misterio.
me emociona mucho que escriban por favor par que miren tambienlo que escribo visiten mi blog:
librosdecolombia.blogspot.com
El hecho de evocar imágenes fascinantes no le da al cuento la tensión que puede hacer de una pieza mucho mas sencilla que esta una sincera obra maestra
Muy buen cuento
Es un interesante cuento, me encantó.