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  1. Raymond Carver, espléndido cuentista

    lunes, 14 de enero de 2013

    Por: Fabián Mauricio Martínez G.
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    Hay varios escritores a los que se llega motivado por la curiosidad de husmear en sus vidas. Conocer con detalle los episodios dignos de una novela trágica, de un relato matizado por la gloria y por las más duras caídas al abismo. Llegamos a ellos con la idea de corroborar aquello que hemos escuchado o leído en pasillos o revistas. Tan pronto empezamos a hurgar en sus biografías, nos damos cuenta que muchas de las cosas de las que nos hemos enterado, han sido exageradas con entusiasmo por varias generaciones de lectores. Edgar Allan Poe, Virginia Woolf u Oscar Wilde, para el caso internacional; Raúl Gómez Jattín, Andrés Caicedo y Porfirio Barba Jacob por citar algunos del nacional. Vidas de escritores colmadas de escándalos, dramatismo y dolor, que lograron en medio de la borrasca, obras memorables que continúan conmoviéndonos.

    Finalmente lo que queda es la obra y es lo que realmente importa. Cuando la leemos con cuidado, entendemos que allí mismo está cifrada la biografía del autor. Este es el caso de Raymond Carver, el mejor cuentista norteamericano de las últimas décadas. A menudo comparado, nada más ni nada menos con Ánton Chejov, Raymond Carver dejó una producción cuentística en la que nos adentramos, gracias a su técnica y tono, a las profundidades del corazón humano.

    Carver murió prematuramente, demolido por el cáncer, en 1988 cuando tenía 50 años. Se encontraba en la cima de su carrera literaria y sus cuentos conocían traducciones a múltiples idiomas y eran una constante aparición en revistas de talla mundial como “The New yorker” y “París Review”. Había padecido un divorcio y la separación de sus hijos, a causa de un alcoholismo que lo llevó a deambular en lo más bajo de la miseria humana. Los médicos lo desahuciaron. No le daban más de seis meses de vida si continuaba con aquel estilo de vida. Raymond Carver logró recuperarse de su alcoholismo y lo que iba a ser seis meses, según los médicos, se convirtió en diez años, en los que el escritor decidió vivir sobrio, lúcido y dedicado a la literatura.

    En su obra es frecuente encontrar relatos de hombres ebrios y desechos, atrapados en sus adicciones y manías. Abundan los conflictos entre marido y mujer, matrimonios que se desgajan por la rutina, vidas de pareja que se van por la alcantarilla a causa de un aburrimiento irreversible que va colmando la vida matrimonial. También la amargura de las relaciones familiares, condicionadas por los lazos de sangre, encontró en la obra de Carver expresión literaria. Este escritor relató con total honestidad, el fastidio y las pequeñas batallas que acompañan las relaciones entre hermanos, padres e hijos.

    Con títulos como De qué hablamos cuando hablamos de amor, Quieres hacer el favor de callarte o Tres rosas amarillas, los libros de Raymond Carver nos conducen por catástrofes cotidianas en la que los personajes- gente de lo más común- se enfrentan a su propia familia y a sí mismos, en ambientes colmados de resignación, tan habituales a nuestros días. Estos libros de cuentos describen nuestra vida contemporánea, nos ponen en primera fila ante el desasosiego y la frustración de las relaciones humanas, nos dejan ante la conmoción de saber un poco más sobre nosotros mismos, sobre nuestra pareja, sobre nuestra familia.

    Si un libro de cuentos es capaz de hacer eso, bien vale la pena leerlo y asomarnos -gracias la técnica directa y sin adornos del cuentista norteamericano- a las contradicciones de nuestra condición humana actual.

  2. Por: Fabián Mauricio Martínez G (

    Paul Auster nace el 3 de febrero de 1947, la misma fecha en que su segunda novela Fantasmas comienza. Fantasmas es un relato que confunde la identidad de sus personajes desdibujándolos con los nombres de los colores: Azul es contratado por Blanco para que vigile a Negro.

    El escenario principal es Orange Street, una calle ubicada en el suburbio de Brooklyn Heights que resulta ser la misma cuadra donde nueve décadas atrás, Walt Whitman escribió la primera edición de Hojas de Hierba. Negro pasa sus días en un apartamento de esa calle escribiendo y leyendo. En su constante vigilancia, Azul, ayudado con unos prismáticos desde un piso ubicado al frente, descubre que el libro que lee su vigilado es Walden de Henry David Thoreau. En cumplimiento con su trabajo de detective privado, Azul envía semanalmente un informe a Blanco sobre las actividades de Negro y éste a su vez, le envía puntualmente su pago en efectivo. Han pasado varias semanas y Azul decide disfrazarse, para acercarse un poco más a Negro y avanzar en el caso. En un pasaje formidable, Azul espera a Negro sentado en una acera, convertido en un viejo mendigo que pide monedas. Este anciano callejero resulta a los ojos de Negro, un tipo muy parecido a Walt Whitman. Tras ganarse la confianza de Negro, el viejo lo persuade para que charlen un rato. La conversación acaba en un monólogo inolvidable donde Negro le cuenta a Azul, la ocasión en que Thoreau, aprovechando su visita a Nueva York, decidió conocer al mejor poeta de Norteamérica. Azul asiente asombrado, mientras asiste a un pasaje histórico de la literatura norteamericana, contado con la gracia y el virtuosismo de los personajes de uno de los maestros contemporáneos de la misma tradición: Paul Auster.

    En Ciudad de Cristal la primera de las novelas de Auster, Quinn -su protagonista- tras recibir una llamada equivocada, acepta el juego de hacerse pasar por otra persona: un detective privado. Antes de que esto ocurra, Quinn se dedicaba a escribir novelas policíacas bajo el seudónimo de William Wilson. Entonces, antes de convertirse en un detective por equivocación, Quinn ya los inventaba en sus novelas firmadas con el nombre del personaje de Edgar Allan Poe. El relato se desarrolla y Quinn se ve inmiscuido en una aventura que lo lleva a transformarse en otra persona. Las circunstancias así se lo exigen y la fatalidad de su absurdo acto de equilibrista no acepta otra cosa. Siguiendo a su vigilado Peter Stillman –un ex convicto de una prisión psiquiátrica y a su vez, un erudito en filosofía y teología que se propone crear un nuevo lenguaje- camina por Manhattan, siguiendo el rastro del viejo profesor que traza un código cifrado sobre las calles de Nueva York. En una de estas persecuciones, Stillman decide descansar en Riverside Park a la altura de la calle 84, sobre una roca llena de protuberancias conocida como Mount Tom. En ese mismo sitio, en los veranos de 1843 y 1844, Edgar Allan Poe pasó varias horas contemplando el río Hudson. Quinn a menudo iba allí, enterado a detalle de esta anécdota literaria y meditaba, pensando en el autor de Massachussets. Peter Stillman se detiene en esa roca y como lo hiciera Poe un siglo atrás, piensa en sus asuntos mientras los haces de luz reverberan en las aguas del río. En algún momento, Quinn evoca las últimas páginas de Las aventuras de Arthur Gordon Pym, por efecto de su investigación sobre Peter Stillman, el lenguaje y la Torre de Babel. La presencia de Allan Poe es latente a través de toda la narración de Ciudad de Cristal y Paul Auster, se refiere a él sin ninguna timidez, pues al fin y al cabo, Poe es uno de los más destacados –sino el más- escritor de misterio.

    En La Habitación Cerrada la alusión a la tradición literaria norteamericana no puede ser más directa. El protagonista se llama de la misma manera que el protagonista de la novela corta de Nathaniel Hawthorne: Fanshawe. Además, para explicar la intrincada trama, Auster se vale de un cuento de Hawthorne llamado Wakefield y lo recrea en su propia narración. Es el clásico argumento de Paul Auster que se desperdiga a través de sus posteriores libros: el hombre que por alguna razón decide abandonar su vida convencional (trabajo, esposa y hogar) y huir en busca de sí mismo. Esa búsqueda lo lleva a perderse y a reinventarse, pero no con la libre voluntad del que elige por sí solo, sino más bien vapuleado por los oscuros vaivenes del azar y la fortuna. En La Habitación Cerrada hay un momento en que el personaje que ha suplantado a Fanshawe, viaja a París en busca de Fanshawe. En esas anda y en algún momento se da cuenta que Fanshawe está dentro de sí mismo y siempre lo ha estado. Ya con la razón consumida por este laberinto interior, se presenta en un burdel como Herman Melville y alucina con una de las prostitutas. Le dice que es una vieja conocida de Tahití, ¿cómo la conoció?, después de haber atracado en la isla, a bordo del ballenero más famoso de la historia de la Literatura.

    Las tres novelas conforman una unidad inseparable que muda de una pieza narrativa a otra, sostenida siempre por el tema principal: las múltiples identidades y la ausencia de sentido en ellas mismas. Soportada además por una sólida excavación en la historia de la literatura norteamericana, La Trilogía de Nueva York presenta autores y personajes clásicos, los sitúa y los confunde en sus escenarios e historias, les rinde un merecido tributo y de algún modo, les da las gracias porque sin ellos, la Trilogía nunca podría haber sido escrita. Un libro que se inscribe de modo imperecedero dentro de la mejor literatura norteamericana, reconociendo y respetando una tradición de altísimo nivel. Las tres novelas comparten la estructura clásica de la novela policíaca, con la variación de que en cierto momento estallan y se destruyen, para derivar en extrañas situaciones, donde los tintes metafísicos se cruzan una y otra vez, creando un fresco aterrador sobre la identidad de los personajes. ¿Quiénes somos? ¿Realmente conocemos lo que hay detrás del que nos mira desde el espejo? ¿Es posible considerarse un individuo independiente de los otros? ¿Hasta qué punto somos los otros y ellos nosotros mismos?
    Lejos de despejar estos interrogantes, de resolver los misterios como bien sucede en las sagas policíacas, Paul Auster plantea nuevas incógnitas y cierra cada una de sus tres novelas, sin haber resuelto absolutamente nada.